Nadie las elige

 

Tienen que pasar muchos años para que algunas personas acepten -y comprendan- la familia en que les tocó nacer.

¿Quién dijo que debíamos pensar igual? ¿quién dice que queremos ir al mismo paseo? ¿quien estableció que debo estar con ellos siempre? ¿La naturaleza? ¿Fue Dios?

En la selva las familias no distan mucho de las familias humanas, sus miembros tienen jerarquías, hay divisiones, luchas, pero también solidaridad y compromiso. Los padres en muchos de los casos son cuidadores natos, seres que transmiten de forma milenaria el “know how” de la vida así, sin más explicaciones.

En la familia humana -por nuestra condición de pensantes- la cosa se complica. Los jóvenes ponen en entredicho lo que sus padres intentan enseñarles, los niños ya no quieren ser guiados, y los abuelos relegados porque “sus pensamientos son pasado”, por que la vida es demasiado rápida.

En mayo se celebra el día de la madre, aprovecho para saludar a las que son y serán madres. También el 15 es el Día Internacional de la Familia, fecha importante si se toma en cuenta que es la base de la sociedad. La familia y sus valores (de solidaridad, de liderazgo, de paciencia, de amor) así como su función de oasis para el alma de sus miembros (así lo veo yo) deben ser reforzados en calidad de emergencia nacional.
Nuestra sociedad está en crisis y es vital que de una vez por todas los que ahora son padres -y todos los que formamos parte de una familia- pongamos en marcha medidas pequeñas o grandes para que cada núcleo se vuelva más fuerte, ya sea por medio del conocimiento, por carisma o por la fe. Sí, por fe. Esa fe nos lleva a darle a los mayores la importancia que merecen, a reconocer su sabiduría (aprendida muchas veces a golpes) y a confiar en la promesa que Dios hizo en el cuarto mandamiento: “Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra” (Ef 6, 1-3).
La relación de padres e hijos es la más universal. No tiene comparación y de ella se desprende el placer de la vida pues es un legado que se transmite de generación a generación. Este mandamiento exige que se de honor, afecto y reconocimiento a los abuelos y antepasados.
Las ciudades cambian y se modernizan, pero aunque esto suceda, aunque viajemos en autos voladores ¿quién dice que los valores deben cambiar? ¿quien puede negar que son necesarios para la vida armoniosa y feliz? La empatía, la comprensión, la tolerancia, la caridad y el respeto, esos han estado con el hombre siempre y le han regalado las más grandes satisfacciones. De ellos se desprenden nuestros mayores éxitos.



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