Y no me refiero al Dios que me ama, al que me creó y que no me abandona. Eso lo doy por hecho. Pero como creyente de mi Dios, me considero fiel creyente en la humanidad y eso quizá sea más difícil en estos dorados tiempos.

Escucho los comentarios de tanta gente, veo las noticias desgarradoras de mi ciudad, de mi país, y sin duda eso bastaría para perder toda esperanza. El recién asesinato de Facundo es un claro ejemplo de ello. Uno puede pensar… ¿por qué él? ¿por qué no el hombre al que se supone iba dirigido el asalto? Pero nadie puede opinar sobre esa parte de la vida que nos parece tan injusta… “Muchos de los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida. ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos” dijo Gandalf el Gris a Frodo en las cuevas de Moria. 

Una anécdota en el tráfico me hizo sentir prejuiciada. Estaba en el alto del MQ sobre la Juan Pablo II, cerca de un colegio cristiano. Vi que salió corriendo uno de los chicos que limpian vidrios (de aspecto harapiento, solo con pantalón y visiblemente afectado por alguna droga). Mi sentido de la seguridad me puso en alerta, “asaltó a alguien”, me dije. Luego lo vi atravesándose las calles – sorteando vehículos-  persiguiendo una pelota. Luego vi que regresaba a las rejas de la escuela y devolvía la pelota a sus dueños con una amplia sonrisa.

Mi corazón tembló y recordé que era solo un muchacho.  Que debajo de esa pinta nada agradable había un alma… un hijo de Dios ¡Cómo me cuesta a veces recordar eso!



  1. No hay comentarios aún ¡haz el tuyo!?