Qué increíble cómo unos zapatos pueden causar tanta emoción en las mujeres. No es el simple hecho de tener con qué proteger el pie de las inclemencias, eso pasó a la historia. Cuando le pregunto a un amigo cuantos zapatos tiene, me dice: un cafe y un negro. Quizá unas zapatillas para el fin de semana. Y seguramente desconoce de qué marcas son.

Para nosotros es imposible pasar de largo frente a una vitrina y -de ser posible- medirnos el modelito que llamó nuestra atención y algunos más que vimos luego de entrar.

Aunque me encantan los zapatos, lastimosamente mi fuerte son los flats y me he adueñado de ellos, no pienso en nada más, pero sin duda me contagia la moda de los “pumps”, de esas plataformas divinas que marcas de categoría o más populares tienen en todos los colores y estilos.

Las plataformas son un alivio, pero la costumbre pesa y cuando no se está acostumbrado a las alturas las caídas pueden ser más dolorosas, las rodillas pueden ser un caos y la columna se resiente.

Para colmo he descubierto que las plataformas requieren asistente. Sí, compañía. Nada mejor que un brazo del cual agarrarse fuerte en una cuesta abajo por ejemplo… o cuando se trata de pasarse una calle accidentada. Nada menos en mi oficina, para salir, hay que bajar una pendiente y una de dos: o rodeamos dicha pendiente hasta buscar unas gradas o conseguimos un asistente que nos guie cual lazarillo hasta el final del camino.

Desisto de usarlos, son un atentado, pero sé que para muchas la moda está ante todo y crecer unos centímetros mucho más. ¡Benditas sean pues las tiendas no iran a la bancarrota!



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