Por qué será que siendo uno de los elementos más vitales para la vida, algunos (me sumo) no la toleran… No tiene sabor, ni color, está allí, lista para ingerirse pero no, la mayoría prefiere comprar algo con un toque de color o simplemente prepararse un “refresco” de sobre.
Sé que mi intolerancia puede traerme graves consecuencias y, por qué no decirlo, me avergüenzo de ello, de saberlo y no tomar cartas en el asunto. Es algo como lo que tanto critico: fumar sabiendo que me hace mal.
De nada valen los consejos de los amigos, el vasito que mi madre me lleva a la mesa cada vez que puede, el botellón de agua que tengo (vacío) en la oficina… Siempre la olvido.
Mi consuelo es cuando por la noche me tomo uno o dos vasos de agua. Luego de un día agotador en donde a veces he sentido dolor de cabeza y no lo atribuyo a la deshidratación. Ahora mismo que escribo estas líneas me acuerdo que no he tomado ni un solo vaso y ya casi son las 5 pm. Una taza de té, eso es todo. Ahh… y la leche del cereal de la mañana.
Es entonces cuando me recuerdo de lo que un médico me dijo un día:
tomar tanta agua por la noche no es bueno (puede aumentar el reflujo si lo padeces y te estropea el sueño porque quieres ir al baño a media noche). Además de nada te sirve, el daño a tus riñones ya está hecho.
¡ Que mal! Estoy como aquellos enamorados que saben que su amor los lleva al desastre, pero igual… Bueno, iré a tomar agua… si nada me distrae.
A tomar agua entonces, más barata, más refrescante, y de verdad que nos evitamos padecer de cuadros clínicos terribles más adelante… es mejor no corregir por toparnos con una situación extrema.